Mi propio ser es inusual ya de por sí, soy una semielfa, de madre elfa y padre humano. Mis padres se conocieron en el bosque encantado al noroeste de China hacia el siglo XV después de Cristo. Un mundo plagado de criaturas fantásticas... algunas pacíficas y, otras, no tanto.
Viví en China mis primeros tres años de vida, pero el mundo de los humanos es cruel y el ejército imperial fue mandado a nuestra casa para aniquilarnos. Recuerdo las palabras de mi madre antes de morir mientras el fuego ardía a su espalda y sus ojos azules, como dos piedras aguamarinas, brillaban con melancolía.
- Toma Akame, este es el colgante del Yin Yang. Esta es tu verdadera fuente de poder... ¡no la pierdas jamás! ¿de acuerdo?
- Mamá...
Vino mi padre. El pelo marrón que siempre llevaba recogido con una coleta estaba desordenado. Daba miedo.
- Vamos hija, tu madre tiene trabajo que hacer...
Me cogió en brazos y se dispuso a echar a correr cuando de pronto una flecha atravesó su pecho. Se desplomó contra el suelo y derramó su sangre.
- ¿P-Papá...?
-¡NOOOOO! - gritó mi madre. Esta sacó su espada de hierro élfico decorado con piedras preciosas de distintos tonos de azul, me cogió y salimos corriendo de nuestra casita. Nunca jamás supe de aquel hogar.
Era medianoche con la Luna Llena contemplándonos. El suelo estaba completamente blanco a causa de la nieve de aquellos días.
Vimos al Anciano Fu y mi madre me dejó en el suelo.
- Por favor... cuide de ella - dijo mi madre agotada con su pelo moreno en la cara.
- Como si fuera mi hija, Señora Lin.
- No me llame por ese nombre. Nunca fui la Señora Lin...
- Targaryen. Yuki Targaryen. Esposa de Shaoran Scarlet... ¿Qué es del Señor?
- Ha...
Los soldados venían gritando:
-¡A POR ELLOS!
Mi madre se alarmó y se volvió hacia mí.
-Nunca pierdas el colgante que te di. Eres Akame. Akame Scarlet Targaryen. Te quiero, mi vida.
Me abrazó y vi cómo sus lágrimas resbalan sobre sus mejillas a la luz de la Luna. Yo también me puse a llorar.
Me soltó y corrió hacia los soldados.
Empezó a luchar contra unos 50 con su pesada espada. Se movía increíblemente rápido y lo hacía de lujo repartiendo mandobles entre el gentío pero era insuficiente, al ser demasiados rápidamente la hicieron una encerrona en círculo.
- Se acabó - murmuró desde lo más profundo de mi corazón.
Extendió sus brazos y añadió:
- ¡HECHIZO LEGENDARIO DEL YANG: LUZ CELESTIAL!
Mi colgante empezó brillar así como el cuerpo de mi madre. Después de aquello todo se volvió de color blanco.
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