Llegó la hora de una despedida muy difícil. Abracé a Akane lo más fuerte que pude y al Maestro le hice una reverencia. Después de eso partí dirección a la ciudad de Tokyo para comenzar a hacer mi nueva vida como sacerdotisa adulta. Conseguí por fin confeccionar mi traje de sacerdotisa de verdad. En ese momento me sentí más viva que nunca.
Pase un año entero construyendo mi Templo con ayuda de arquitectos y obreros de muchas aldeas. Elegí un sitio al lado del Monte Fuji... siempre quise contemplar ese paisaje desde la ventana de mi habitación.
Por primera vez en mi vida, el mundo me recibió con los brazos abiertos. Ayudé a mucha gente ya sea protegerles de malvados demonios o curando a heridos. Me encantaba jugar con los niños. Siempre que les visitaba sonreían felices y eso me hacía sentirme genial después de un duro día de construcción.
Apenas sabía de Kikyo. De vez en cuando la veía cuando visitaba el Templo del Gato Negro pero siempre se mostraba algo distante. Eso me preocupaba mucho. En cuanto a Tsubaki, nadie supo de ella en todo ese año.
Sólo veía a Hiroito por las noches después de visitar el Templo del Gato Negro. Había cambiado mucho... empezó a llevar siempre la doble espada a la espalda y dejó de llevar camiseta dejando al descubierto su cuerpo blanco como la nieve (estaba cachas, por cierto).
Las cosas realmente habían cambiado. Siempre pensé que para bien, pero seguía preguntándome dónde podría estar Nura. Presentía que iba a aparecer en cualquier momento.
15 de julio. Un día después de mi cumpleaños, mi Templo se terminó de construir. Le puse el nombre que llevaba en mente todo aquel año: El Templo del Dragón Rojo.
Para mí siempre fue el mejor Templo del mundo. Estaba exactamente como quería: de madera escarlata, al lado de un río y de un bosque misterioso a la derecha; y cerezos y el Monte Fuji a la derecha. Sin duda, el Templo del Dragón Rojo era mi verdadero hogar, aquel sitio de descanso que yo siempre quise y necesité.
Era un lugar tranquilo, el lugar de mis sueños... pero siempre había algo que me ponía nerviosa por las noches. Siempre que me iba a dormir, sentía que estaba siendo observada. El ambiente era siempre familiar pero nunca sabía qué podía ser. Algunas noches salía a buscar a los alrededores pero nunca veía nada. A veces me asustaba, pero acabé por acostumbrarme y la verdad es que me sentía cada vez mejor... Terminó por gustarme esa sensación.
A primeros de agosto noté algo que estaba haciendo una perturbación en la existencia y bajé al bosque cercano. No sabía si lo que sentía días antes tenía algo que ver, pero necesitaba comprobar qué era.
Con una flecha colocada en el arco pensé que realmente ser una sacerdotisa no es una tarea fácil. Tener ese sexto sentido para percibir las perturbaciones en el universo no era algo que a veces lo llevase muy bien. Escuché algo fuera de lo común en el suroeste cerca del Monte Fuji y corrí hacia allí sin bajar la guardia. Cuando llegué a la zona me fijé en un detalle: había hielo pegado a los troncos de los cerezos.
- ¿Hielo en agosto? - me pregunté.
A medida que me acercaba al punto de mayor perturbación, el hielo aumentaba. Acabé casi por resbalarme. El suelo estaba cubierto... ¿Magia oscura? No. Era magia de otra... ¿otra...? ¿otra dimensión?
Llegué a una explanada y en el centro había montones de hielo, incluso había trozos de estos flotando. Me cegué por un resplandor de luz blanca y cuando se apagó vi la figura de una chica de pelo azul con ¿orejas de gato? Sus ojos morados y brillantes me miraron.
- Soy Blue - dijo - y vengo a buscar a mi novio.
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