- Yo que tú no haría eso - dijo a unos metros de la espalda de Kikyo.
La sacerdotisa estaba rodeada por los dos mellizos que mejor sabían usar el arco y Artemisa la estaba apuntando con el suyo. Apolo hizo lo mismo.
- Apolo y Artemisa - dijo Kikyo.
- Los mismos - contestó Apolo.
- Ríndete, arquera mortal. - añadió Artemisa. - Este no es tu sitio.
- No está entre mis planes.
Kikyo giró un poco la cabeza para ver a la diosa arquera: vestía con una túnica de sacerdotisa griega de color azul celeste pero estaba rasgado como si hubiese pasado en medio de un campo de zarzas. Su pelo plateado contrastaba con el dorado de Apolo y estaba recogido por una coleta que parecía que se la había hecho con rapidez. Sus ojos eran azules como los de su hermano pero su piel blanca como la luz de la Luna no tenía mucho que ver con la piel bronceada de Apolo.
- Te vamos a cazar - sentenció Artemisa.
Los hermanos dispararon y Kikyo se apartó tan rápido como pudo pero ambas flechas consiguieron rozarla: la plateada, su oreja derecha; y la dorada, el lateral izquierdo de su cintura. Rápidamente Kikyo sacó otra flecha y apuntó al sitio desde donde había disparado Artemisa, pero había desaparecido. De repente el brazo derecho de la diosa apareció desde atrás y la rodeó del cuello. En la mano de su otro brazo agarraba un cuchillo de plata decorado con motivos vegetales y lunares acompañados por dibujos de bestias muy arcaicos.
- Eres mía - dijo triunfante.
Kikyo se fijó en que Apolo estaba demasiado tranquilo, debía haberla disparado y haberla matado en esas condiciones. Miró de reojo y encontró a Tsubaki pegándole una patada. Kikyo decidió usar su luz celestial y descargó energía contra Artemisa. Esta lanzó un grito de dolor y retrocedió. Kikyo logró echar a correr y preparar su arco.
Por otro lado, Apolo lanzó un rayo de sol a Tsubaki pero falló, por lo que ella también retrocedió. Las dos sacerdotisas chocaron sus espaldas con sus respectivas armas en ristre.
- Gracias por venir, Tsubaki-sama.
- No lo hago por ti, Kikyo-sama.
- Encárgate de Apolo. Yo iré a por Artemisa.
Tsubaki se abalanzó contra el dios mientras lanzaba pequeños shikigamis de papel que iban convirtiéndose en culebras.
Kikyo apuntó a Artemisa con el arco y disparó una flecha purificadora. Artemisa se hizo a un lado pero la luz de la flecha la rozó. Acto seguido comenzó a salir humor por toda su piel.
- Jeje... JAJAJA - rió Artemisa de forma un tanto histérica. Se calmó y preguntó - ¿A caso crees que soy uno de esos demonios a los que tanto matas? Esas cosas mortales que haces no son más que cosquillas para mí.
Artemisa sacó una flecha del carcaj y la colocó en el arco. Kikyo hizo lo mismo.
- Ni mucho menos. Aunque cualquiera diría que las cosquillas producen humo - Kikyo achinó los ojos - Sucio humo como el que tú y tu familia estáis provocando en este mundo.
- Soy una diosa inmortal. No lo comprenderías.
Con una expresión de mezquindad, Artemisa lanzó su flecha, a lo que Kikyo hizo lo mismo A medida que la
flecha plateada se iba acercando, Kikyo se iba dando cuenta de que no iba a poder esquivarla. Chocó sus manos y entrelazó sus dedos exceptos los índices. La luz púrpura de la Perla Shikon No Tama se fue expandiendo por todo el cuerpo chocando con el impacto de la flecha, la cual fue difícil de disolver. Cuando desapareció, la luz cesó y Kikyo cayó agotada. Había usado demasiado poder mágico.
Artemisa volvió a colocar una flecha. Kikyo alzó la cabeza a pesar de estar tan cansada y espetó:
- ¡¡¡Sois egoístas!!! ¡Estáis haciendo sufrir a muchas personas!
- Simple arquera mortal, no sabes lo que es vivir en la sombra de los demás. No sabes lo que es ser la diosa de la caza y ser una eclipsada noche de un hermano bello y radiante.
- ¡¿Y solo por ello los habitantes de esta dimensión tiene que sufrir tu desaliento?!
- Si sigo siendo lo que soy... mi padre acabará casándome con un hombre ¡un hombre! los seres que más odio... ¡sé como son! ¡bastante he visto de mi hermano! Mi cerdo hermano enamoradizo, donjuán, rompecorazones... ¡Y YO, la diosa de la naturaleza, la virginidad y de las jóvenes doncellas, con uno de esos.......... animales!
Kikyo se dejó dibujar una tímida sonrisa y se puso en pie.
- En algo nos parecemos. También he visto a amigas mías doloridas por los hombres. Sin embargo yo... soy incapaz de enamorarme.
Artemisa miró a Kikyo con unos ojos algo más íntimos y sentimentales... Bajó el arco así como la guardia.
- Me encargaron los bosques, los peligrosos bosques. La diosa de la caza debe encargarse de todos los seres salvajes y silvestres (aunque no lo son tanto como los hombres).
- A mí también me encargaron una tarea - Kikyo toqueteó la Shikon - La de proteger una de las joyas más poderosas de la Tierra jamás creadas. Vivo... pero no vivo. Vivo como guardiana, como sacerdotisa... pero no como mujer.
Hubo un rato de silencio, un largo rato de silencio.
- Ciertamente es posible que no seamos tan distintas - admitió Artemisa - aunque tú seas una simple arquera mortal y yo una diosa.
Kikyo lanzó una mirada fulminante. Apretó sus puños con fuerza y habló:
- Pero estas cosas no justifican la matanza de gente. Los vandalismos, los secuestros, los robos, las muertes, el caos... no son justificables con simples remordimientos personales ¡y el deseo de mayor poder! Porque tú, Artemisa-san, en el fondo sabes que esto es debido a las ambiciones de Zeus.
- Mi padre... solo quiere tiempos nuevos y de prosperidad.
- NO ME LO CREO. No hay lugar más próspero que el Cielo. Bien lo sabes. Te han engañado.
Artemisa corrió de manera tan veloz que la perdió de vista por un momento. En medio segundo Kikyo estaba siendo agarrada por una diosa de la caza furiosa que sostenía en su otra mano su cuchillo.
- Muere, asquera - dijo.
- No soy una simple arquera - objetó Kikyo a duras penas. - Soy una miko del Gato Negro.
Kikyo dejó caer un arma secreta que llevaba siempre pegado a su brazo derecho: una daga. Kikyo lo cogió y lo clavó en el corazón de Artemisa. Esta ahogó un grito y soltó a Kikyo. La diosa no se movió de su sitio y se llevó la mano al pecho mientras de él salía icor.
Artemisa sonrió tristemente y cayó de rodillas diciendo en un tono muy bajo pero a la vez muy dulce:
- En realidad fue un error venir a destruir este mundo e... imponer... el.... n... nues...tro..... o... - se convirtió en polvo dorado y añadió - Gracias, sacerdotisa. - Subió a los cielos.
Cerca estaban Tsubaki y Apolo luchando. En cuanto el dios del día se fijó en que su hermana, la noche, había sido derrotada puso una cara de sorpresa. Las culebras que Tsubaki había invocado contra él se quemaron como el papel en cuanto se acercaron a él.
- ¡NO ME IGNORES! - gritó Tsubaki abalanzándose sobre él con su lanza.
Apolo no se defendió. Simplemente toqueteó con sus dedos las cuerdas de su lira y comenzó a tocar una bella melodía a lo que Tsubaki no pudo resistir pararse a escuchar.
Apolo dejó de tocar aquella melancólica pero dulce melodía y, cuando Tsubaki estaba ya hipnotizada, Apolo se abalanzó sobre ella y cayeron juntos al suelo. Tsubaki se recuperó de sí y vio que estaba tirada en el suelo mirando a aquel reluciente dios que, a pocos centímetros, sus frentes podrían chocar, pero Apolo se quedó quieto observando a la sacerdotisa.
- ¡Q-Qué haces! - dijo Tsubaki enfadada.
- Eres guapa.
Tsubaki se ruborizó.
- ¿E-Eh? ¿CÓMO?
- ¿Sabes? Me recuerdas a una mujer. Una ninfa de la que me enamoré desde hacía bastante tiempo. Te pareces tanto a ella...
Tsubaki sacó el mentón un poco y achinó los ojos.
- ¿Y a mí qué?
- Era una hermosa ninfa... Se llamaba Dafne. Estaba loco por ella pero... hace un par de semanas, en cuanto por fin logré tocarla, se convirtió en un árbol. Zeus... la había transformado en el laurel más precioso que podía existir.
Apolo tocó el moreno pelo de Tsubaki y esta se puso algo nerviosa. Notó que el corazón le empezó a latir con fuerza así como aquella parte de la espalda a la que Cupido disparó comenzó a arder.
- Pareces nerviosa, mi musa~
- A-Al fin y al cabo e-eres el dios de la b-belleza. Eres impresionante, Apolo-senpai.
Estaban tan cerca... tan juntos... la cabeza de Apolo comenzó a agacharse hacia la cara de Tsubaki y la espalda ardía con más intensidad. Tsubaki hizo un par de gimiditos de los nervios pero todo aquel ambiente se frenó.
Apolo esbozó una cara de entre asombro y dolor y Tsubaki hizo lo mismo. El dolor de la espalda se extendió por todo el cuerpo. Apolo se puso de rodillas y Tsubaki se incorporó. Tenía una flecha purificadora en la espalda... parecía el mismo punto donde Cupido la disparó a ella. Kikyo sostenía su arco vacío.
- A-Apolo-senpai... - Tsubaki comenzó a lagrimear. Pensó que cómo podía sentir tanta lástima por un enemigo suyo que acababa de conocer.
- Tu... nombre... - dijo Apolo con una voz serena. Su lira se hizo polvo y él comenzó a desmaterializarse.
- Tsubaki. Tsubaki Hebi. Sacerdotisa de la Tierra y...
El dios del arte, la belleza, la poesía, la música, la medicina y el sol se hizo polvo que regresó al Cielo. Dio la impresión de que el propio polvo dibujó una sonrisa.
Tsubaki se quedó un rato cabizbaja. Era incapaz de articular palabra hasta que levantó la cabeza y miró al frente...
- Kikyo... - dijo entre gruñidos.
- ¿En qué estabas pensando?
Kikyo se acercó a ella. Tsubaki la miraba con el mayor desprecio del mundo.
- Era mío.
- ¿En el sentido de acabar con él como teníamos planeado o en el de incumplir las normas de las mikos?
- Está comprobado que esas normas ya no son nada ¿Y qué pretendes decir con eso?
- Eso de jugar con el amor de Akame-chan y el mío te ha jugado una mala pasada.
- Oh~ - Tsubaki recobró su misma cara de siempre - Asique Akamecita te ha venido lloriqueando~ Pobres... JAJA Me la traéis floja.
- Habla con propiedad.
- Eres una mujer fría, Kikyo.
La tensión entre las dos sacerdotisas fue en aumento. Un gran poder se concentró entorno a ellas. Tsubaki sonrió maliciosamente.
- No. Definitivamente no eres una mujer. Eres una Alta sacerdotisa. No puedes vivir como las demás.
- ...
- Hasta el día de tu muerte, tu vida estará ligada a esa Perla que tanto te cuesta alejar de los malos espíritus. Porque dime... ¿cuántas visitas de demonios tienes al día?
- ... No te intereses tanto por mi vida y la Shikon no Tama; por tu bien.
Kikyo dio media vuelta y usó sus últimas flechas en la matanza de las criaturas mitológicas. Tsubaki se quedó mirándola con una expresión que oscilaba entre orgullo propio. por haber tocado su fibra sensible, y rencor, odio y asco hacia ella... por lo "perfecta" que era... y por haber acuchillado por la espalda a su hombre.
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