viernes, 22 de agosto de 2014

Hacia el Templo del Gato Negro

Pensé que nunca llegaríamos. Se suponía que Japón estaba cerca de China pero aquel viaje duró dos meses largos. No volví a ver ni a Nura ni a sus padres. Todos se sentían débiles por la falta de recursos incluida yo. También mucha gente enfermó llegando incluso a la muerte y pensé que Nura podría haberse ahogado por comer algún trozo de cebolla o algo por el estilo.
El Barco tampoco era el espacio más higiénico del mundo. Olía de todo menos a incienso. Echaba de menos aquel olor que usaba el Abuelo Fu para mantener agradable el Templo.
Por si todo eso fuese poco, tuvimos que tragarnos numerosas tempestades que lo mismo cualquiera de estas podría haber hundido el Barco pero, gracias a los dioses, se mantuvo a flote hasta el final.
Recuerdo aquel día... Estaba tumbada en el suelo empapada por la tormenta que hubo la noche pasada, tomando el sol de mañana con la brisa marítima incidiendo en mi sucia cara. En ese momento comprendí lo que era un barco ilegal chino.
El supuesto capitán del Barco, Zhou, levantó la voz diciendo:
-¡TIERRA A LA VISTA!
Abrí los ojos rápidamente y me levanté sobresaltada. Corrí hacia el mascarón de proa como nunca antes había hecho hacía dos meses. Allí estaba... la isla de Honshu, mi nuevo hogar.  Aún recuerdo como mis ojos brillaban de la emoción. No recordaba exactamente porqué sonreía tanto. Tal vez, después de todo lo que había pasado, ver ese hermoso paisaje, que significaba mi futuro, me hizo feliz.
En cuanto llegamos a puerto, dos soldados japoneses nos registraron. Vieron dentro de mi bolsa y no encontraron nada sospechoso que pudiera ir en contra del Estado según ellos.
- ¿Qué es ese colgante? - me preguntó uno de ellos.
- N-Nada - respondí - un recuerdo de mi madre.
Se quedó mirándome pensativo pero declaró.
- Puedes seguir adelante.
Le sonreí alegremente y me adentré en la ciudad de Tokyo. Comprobé que los nurarihyons del Barco tampoco estaban allí. Al principio era desconcertante ¿Sería posible que Nura hubiese muerto por un trozo de cebolla? Desde luego eso no me incumbía. No volví a pensar nunca más en él. Abrí la bolsa donde llevaba todas mis cosas y busqué el mapa que me guardó el Abuelo Fu. Al encontrarlo lo desplegué y me situé. Había una marca en el mapa y supuse que allí es donde tenía que ir. Estaba en las afueras de Tokyo a las orillas de la Bahía, un poco más al noreste de mi posición. Me eché la bolsa a la espalda y caminé.
Pasé varios días preguntando a la gente. Al parecer aquel Templo era muy conocido porque todo el mundo sabía guiarme con facilidad. Según me dijo un anciano que me acogió la noche del martes, aquel templo era una famosa escuela de sacerdotisas llamada "El Templo del Gato Negro". Su nombre era bastante misterioso por lo que me motivé mucho al preguntar más cosas acerca de él.
- El Templo del Gato Negro es la escuela donde se entrenan las sacerdotisas más fuertes y poderosas de Japón y su nombre se debe al gato del fundador - me comentó aquel anciano. - Era un precioso gato de color negro azabache que siempre acompañaba al fundador desde el día en que nació. Todo el mundo pensaba que ese gato era un dios inmortal que cuidaba de su amigo humano. Cuando terminó la construcción del Templo sin saber aún el nombre de este, un grupo de demonios lobo decidieron asesinar al gato para alimentarse de su sangre y ser más poderosos. Al conseguir matar al pobre animalito, se llevaron una gran decepción pues el gato no expulsó ni una gota de sangre y subió a los cielos convirtiéndose en montones de estrellas. El fundador, Kuro, se apenó mucho por la pérdida de su amigo gato, por lo que decidió llamar a su templo "Templo del Gato Negro" en honor a él.
Reflexioné mucho acerca del dios gato mientras caminaba hacia mi destino. Otra historia más acerca de demonios malvados... realmente los odiaba.
Caminé durante una semana entera y por fin llegué. El Templo del Gato Negro estaba justo enfrente mío. Era de madera de nogal cuyo color era un marrón oscuro potente que combinaba perfectamente con el blanco de las paredes. Justo arriba de la entrada había un emblema en el que estaba dibujado un gato negro.
Subí las escaleras pesadamente y me encontré con un anciano y una niña de pelo rubio recogido por una coleta de sacerdotisa.
- Con que por fin has llegado, mi pequeña viajera - dijo el anciano, que en ese momento se convertiría en mi Maestro.



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