domingo, 7 de septiembre de 2014

Akame VS El Gran Fénix Legendario


- Soy el Gran Fénix Legendario. Soy el Dragon Slayer. Te he estado esperando, sucesora del domador del Dragón Rojo.
El reflejo de mis ojos era todo llamas. Todo estaba ardiendo a mi alrededor. Estaba plantando cara al pájaro de fuego que había matado a todos los dragones del planeta... efectivamente era el Dragon Slayer.
Sin saber cuál era exactamente mi destino, si era arder entre las llamas o no, no me lo pensé ni dos veces. Me dispuse a luchar. Cogí mi arco que todo el rato había estado a mi espalda.... en todo mi viaje, saqué una flecha de mi carcaj y la coloqué en el arco. Apunté al pecho del animal, me concentré en un ataque combinado de Rayos Yin y poder sacerdotal y disparé. La flecha voló hacia el sitio indicado pero, antes de que pudiera llegar, la flecha se quemó. Algunos pocos rayos Yin chocaron al pecho pero no le hicieron ni cosquillas.
- Mmmm curiosa magia. Una sacerdotisa del Yin Yang ¡Espléndido! Me divertiré mucho contigo...
Invadida por la rabia saqué dos flechas y las puse en el arco, las dos a la vez.
- ¡FLECHA  DEL YIN YANG!
Una brilló de color negro y la otra de blanco y las disparé hacia el mismo lugar. Esta vez, el Fénix aleteó las alas haciendo que el aire se moviese a otro lado para desorientar mis flechas, sin embargo estas eran inmunes al viento y a cualquier otro elemento terrestre, por lo que se clavaron en el pecho del Fénix. Hizo una especie de gruñido pero nada más.
- El equilibrio no puede conmigo - dijo - Unas flechas hechas con mis plumas no son rival para mí.
Las flechas seguían clavadas pero era como si no le hiciesen efecto. Realmente aquello sí que era un auténtico monstruo. Lancé más flechas de distintos ataques combinados: Yin, Yang, sacerdotal, todo conjunto... ninguna funcionaba.
- ¿Eso es todo lo que tienes? Me decepcionas... Está bien, prueba esto.
Abrió la boca y acumuló una gran cantidad de fuego. Cuando fue lo suficientemente grande como para abrasar todo lo que estaba encima de la piedra alargada
y gigante (es decir, yo), la lanzó mediante un soplido con aún más llamas.
Era una barbaridad. Todo aquel fuego estaba viniendo hacia mí y no podía escapar. Hice lo que pude y creé una burbuja de escudo Yang. Cuando el fuego vino, este quemó mi escudo y me tiró hacia atrás rodando por el suelo además de que estuve a punto de caerme. Mi ropa estaba echando humo, y mi piel y mi pelo olían a quemado.
El Gran Fénix se estaba riendo de mí con la risa más inhumana que había visto en mi vida. Entonces llegué a la conclusión de que definitivamente necesitaba ayuda ¿Pero quién podía ayudarme? Estaba sola en esta misión enfrentándome a mi destino... sola. Mis compañeros estaban ya lejos luchando por sobrevivir, la gente con la que había tratado toda mi vida estaba confiando en mí pero no podían hacer mucho más... Sin embargo llegué a la conclusión de que en realidad sí había alguien apoyándome: mi colgante, mi fuente de poder. Resolví mi propia magia perdida, aquella que nadie me había enseñado, aquella que salía de mi propio corazón... Pegué mis palmas entre sí al pecho y mi colgante brilló con los colores blanco y negro. Después alcé mis brazos, y mirando al Fénix a los ojos grité:
- ¡¡¡FUEGO Y SANGRE!!!
El poder de mi colgante se dispersó por todo mi cuerpo hasta que todo este subió por mis brazos. Después de eso, dos extraños dragones salieron de mis dos manos: uno de color negro por la izquierda y otro blanco por la derecha. eran dos dragones sin extremidades. Eran casi como serpientes peludas con un cuerno en la frente como unos unicornios.
- Esos ojos... ese amarillo... ese poder... ese lema... Kaito Targaryen, domador del Dragón Amarillo, el Padre Dragón de los Dragones... no puede ser.
El Fénix lanzó otra bola de fuego y yo instintivamente lancé una flecha del Yin en contra de esta. Se quemó como todas las anteriores pero el dragón negro me ofreció sentarme en su lomo. Lo hice y alcé mi arco con otra flecha a punto de ser disparada. El Fénix lanzó más fuego de forma más rápida y mi dragón negro hizo un movimiento brusco para esquivarlo. En el intento, mi arco se partió.
- ¡Mierda! - maldije.
El otro dragón, el blanco, estaba lanzándose sobre el Fénix a modo de distracción... para protegerme. No le importaba quemarse ni morir abrasado por aquel pájaro gigante... él seguía. En ese momento, comprendí que nunca estuve sola, que el colgante que mi madre me concedió estaba siempre apoyándome.
"La fuente de mi poder es así gracias a mi madre" pensé. Miré mi katana Gesshoku, Eclipse lunar,  aún esperando a ser desenvainada. "Y esta katana me defiende gracias a mi padre" La katana tenía un aura de color escarlata, escarlata... como mi alma. La desenvainé. Nunca en mi vida me había sentido más viva. No era la niña asustadiza vestida de cebolla, no era una sacerdotisa cualquiera, simplemente era yo... Akame Scarlet Targaryen.
Salté y me lancé sobre el gran pájaro de fuego legendario. A mí tampoco me importaba quemarme. El fuego al fin y al cabo era mi enemigo desde pequeña cuando el ejército imperial chino destruyó mi casa y a mi familia. Esa era la oportunidad de oro para vencer mis miedos. Corté varias llamas, me caí encima de mi dragón blanco, me impulsé y clavé a Gesshoku en el corazón del Fénix. Mucha lava salió, supuse que era su sangre. Con la gravedad estaba bajando haciendo una gran herida a mi enemigo. El dragón me cogió y volvimos hacia arriba. Estaba en frente del monstruo y me miraba con odio mientras lanzaba gritos anormales.
- Me has enfadado, niña - dijo pero con una voz más débil que antes - Ahora probarás de qué está hecha mi sangre.
El Fénix hizo disparar lava por todos los lados. Yo me defendí con Gesshoku pero algunas cayeron a mis brazos y pies y me quemaron. Me empezaba a doler todo el cuerpo y me notaba cansada. Al parecer mis dragones sentían lo mismo que yo, ya no serpenteaban como antes. Ahora parecían... menos vivos.
Estaba mirando al dragón al que estaba subida mientras volábamos encima de la cabeza del Fénix, en ese momento el negro, y estaba distraída. El Fénix aprovechó a darnos con su ala derecha de fuego. Salimos disparados, el dragón negro se estaba desvaneciendo así como el blanco a lo lejos.
"Al parecer no pueden estar uno sin el otro" pensé mientras caía como otro trozo de lava cualquiera. Para mi sorpresa me caí encima de la fogosa espalda del Fénix. En ese momento, estaba curvada, por lo que no me iba a caer.
- JAJAJA Serás descendiente de dos domadores de dragones PERO NO PODRÁS CONMIGO, el descendiente de Kaito no lo pudo conseguir al final ¡Y TÚ TAMPOCO! MUAHAHAH
Allí estaba. No sólo estaba abrasándome por el calor sino quemándome. Todo lo que veía alrededor era fuego. Mis ropas estaban andrajosas, nunca las había visto tan rotas. Tenía a Gesshoku en la mano pero no podía moverme. Estaba sin fuerzas "¿Es este el final?" me pregunté.
"No" me dije. Todos habían confiado en mí, luchado por mí... en realidad todos me habían protegido siempre... ¿Yo a ellos que les podía dar para compensar? ¿rendirme? ¿morir? No... No podía dejarles así. No podía irme sin proteger a mis amigos... Amigos... ¿qué era eso para mí? No. Ellos no eran amigos. Eran mis NAKAMAS.
Comencé a hacer algo extraño, el fuego estaba introduciéndose dentro de mí pero el ardor era agradable... era familiar... esa sensación familiar de por las noches era... fuego. Me estaba fusionando con el fuego. El Fénix estaba gritando de puro dolor, a la vez, se estaba haciendo más pequeño ¿a dónde se estaba yendo el fuego de Fénix? Se estaba... metiendo dentro de mis entrañas. Lo estaba absorbiendo.
- Por fin llegaste y me despertaste de esta pesadilla, Akame Scarlet Targaryen. Mi fuego es tuyo y ahora somo uno.
Hubo una explosión alrededor de mí. Me sentía diferente. Me ardía todo el cuerpo pero a la vez me gustaba... me sentía cómoda.
- Este es mi final. Ahora renaceré otra vez - murmuré como si una voz me lo hubiera estado diciendo.
La roca alargada se partió en trocitos quedando muchos de estos dispersados por la lava como una sopa de aleta de tiburón. Yo estaba en uno de esos escombros, tirada aún empuñando mi katana.
Fue entonces cuando vi una mariposa azul volando cerca mío. Apareció una nube carmesí en lo más alto de la estancia. Un hombre vestido con un abrigo rojo se me acercó. Apenas podía ver mucho más, sólo recuerdo que tenía el pelo plateado y con ojos fríos me dijo:
- Tienes que venirte conmigo, muchacha.
Me cogió en brazos y seguimos la mariposa. Después de eso... me encontré en un sitio completamente diferente.


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